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UN "PASITO" Y A AÑOS LUZ

  • Foto del escritor: Marcial Dougan Champion
    Marcial Dougan Champion
  • 19 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

UN “PASITO” Y AÑOS LUZ

Caminando por la senda de la vida; permítanme empezar casi parafraseando el inicio de nuestro himno, el de Guinea Ecuatorial, me detengo de repente encima de una imaginaria línea. En la mano tengo un dispositivo de apenas doscientos cincuenta gramos. ¿Su función? De una tacada sustituye a la radio, al cassette, al walkman y hasta a la tele; te sirve de perfecto copiloto llevándote a donde quieras gracias a su GPS; te sirve para realizar tus compras, para pagar tus facturas, te hace de banco o caja de ahorros; te sirve de agenda, de diccionario, de calculadora. Te sirve de médico, sí, sí, de médico. Afortunadamente en plena pandemia me sirvió para vigilar y medir el nivel de oxigeno en la sangre de mi mujer enferma. Te sirve para ligar y hasta para “hacer el amor”. Particularmente lo dudo, pero eso dicen. El aparato en cuestión te sirve para hacer películas y fotos. En fin podría seguir hasta rellenar una página entera; y cómo no, casi lo menos importante es que sirve también para llamar. Sientes que estás a años luz de tu propia imaginación.

Ante tamaño avance de la tecnología, te dices, “eso es porque resides en el primer mundo”. Así, decides dar un salto virtual y de repente te encuentras encima de la misma línea pero en tu ciudad de nacimiento.

Por cuestión de equilibrio, sufres un pequeño traspiés y das un paso por detrás de la línea y te encuentras con una serie de palabras “raras”: respeto, disciplina, amor, igualdad; algunas de ellas en pichi: yes ma, cold beach, big wáter, a quini yu de a crai. Asombrado y dispuesto a comprobar si se trata de una pesadilla, vuelves a dar otro paso, en este caso hacia delante y las palabras que escuchas de fondo son: puta, maricón, sabes quién soy, coca, te rompo la botella en la cabeza etc. Decides seguir el juego y vuelves a dar otro paso para atrás. Van desfilando un montón de escenas y como en una ruleta giratoria, esperas paciente hasta que se detiene en una escena cualquiera

El padre le dice al hijo:

— ¿Este mes le has escrito a tu hermano?—Creo que no, así que ya le estas escribiendo

—Si papá—responde casi tembloroso el hijo. Al tiempo que coge papel y bolígrafo:

Querido hermano: espero que mi carta te encuentre bien de salud. Yo estoy bien gracias a Dios. He aprobado casi todo el curso y quiero que me envíes algo, aunque sea una postal…”

Con una lacónica y melancólica sonrisa decides continuar con la experiencia. Vuelves a dar otro paso al otro lado de la imaginaría línea.

No sé si por casualidad o por una jugada del azar, la escena es similar a la anterior. En este caso es la madre quien se dirige a su hija:

—Por favor María ponte en contacto con tu hermana para saber cómo está,

Sí, siempre se tiene un hermano, hermana, tío o primo en el extranjero. Pero volviendo a la escena. La hija responde:

— ¿Por qué no la llamas tú misma? Además no tengo saldo, mejor dicho, mi saldo no es para tonterías.

—Hija mía, pero si te puse saldo ayer…

—Bueno, vale, no tengo ganas de discutir. Ahora lo envío

En efecto lo envió. Este es el mensaje:

“Qtl? pta tu mdre x ti. Oye n as mdao mi agcate”

Esto necesitaría dos traducciones, la primera, del “arte moderno de escritura” y la segunda del “Guineo”. No pido disculpas a los que no lo entienden. Tampoco yo lo entiendo.

Empiezan a gustarte los contrastes y vuelves a dar otro “pasito”. A estas alturas ya no te refieres como atrás y adelante, pues sinceramente desconoces cual de los dos lados está “atrasado”. Simplemente te cambias de lado de la imaginaría línea.

La ruleta se para en esta ocasión al lado de un grupo de jóvenes. Todos portando libros y libretas. A todas luces proceden del instituto. Van vestidos de lo más variopinto. Algunos de ellos llevan en los bajos de los pantalones un acabado de lo más parecido a una campana de cocina; tal vez una aspiradora de tela para limpiar el suelo por donde pasan. Los otros van embutidos en una especie de pantalón de deporte color azul, que denominan “meyba”, pero al parecer destinados a ropa infantil, pues todos las llevan con tres o cuatro tallas menos.

Todos caminando y charlando amigablemente, era casi imposible distinguir a los dos que se habían citado para ¡pelearse! Sí, se dirigían a “big wáter”. Una zona específica donde se celebraban las peleas. Era en la ribera de un río. Hasta este extremo tenían controlado, pues después de las peleas, se daban un purificador baño y vuelta a casa. Si parece sorprendente citarse entre amigos para pelearse, más todavía lo eran las estrictas reglas que regían dichos duelos. No humillar al contrario; ante el primer signo de debilidad de uno de los contrincantes, los acompañantes detenían la pelea; estaban prohibidos todo tipo de accesorios y en ocasiones se prohibía hasta el uso de las extremidades inferiores. Vamos, que a pesar de lo “salvaje” de la acción de pegarse, todo el resto destilaba más nobleza que el deporte del boxeo.

Decido volver a dar el correspondiente “pasito” al otro lado de la línea.

Casi por la misma zona, pero prácticamente sin el río. El desarrollo anegó al río. Ya no existe ni “big” ni “wáter”. En esta ocasión el caos es total. Se divisa un grupo de cinco o seis chavales, todos vestidos con chándal negro y capucha. En sus manos todavía blandiendo los afilados machetes con los que acaban de “ajustar” cuentas con uno, sí un solo infeliz que, mortalmente troceado intenta dar las últimas bocanadas de aire. ¿Y el público? Simplemente grabando. Claro, ¿se acuerdan que empezamos todo este escrito hablando de móviles, y una de sus funciones menos útiles era precisamente realizar llamadas, en este caso a la policía.

Ante la impresión de la reciente visión un gran cansancio me invade. Me digo a mi mismo que solo un “pasito” más. Siguiendo la rutina, lo doy al lado contrario del que me encontraba. Vuelve a girar la ruleta. Deliberadamente la dejo girar un buen rato. Busco una escena más tranquila. Al final elijo.

Dos amigos, Pedro y Juan se encuentran sentados en un banco. En la plaza de una conocida ciudad. Pedro le dice a Juan

—Estoy triste. Ayer me declaré a la hermana de Antonio y me dio calabazas. Vamos, que me dijo que no. y ¿a que no sabes por qué?

—pues no, cuéntamelo

—claro, si te lo estoy contando. Su única razón fue que era mayor que yo por ¡dos semanas! Y que, cómo me había atrevido siquiera a declararme a ella. Que eso era una falta de respeto.

Esta escena logra eclipsar la anterior. La sonrisa vuelve a aparecer en mis labios y rápidamente me presto a dar el último pasito en la otra dirección.

En la misma plaza, el mismo banco. Sí, aunque parezca una utopía. Sigue existiendo la misma plaza, pegada a la iglesia. Pedro le dice a su amigo:

—Ven Juan, acércate y mira el vídeo porno que he grabado. Ayer me tiré a una de mis “guarras”. Fíjate a ver si la reconoces

—Jajá. Es que como está de espaldas no veo la cara —responde Juan entre risas

Ah, claro. Ya ves lo que la estaba haciendo. Ahora en el siguiente vídeo, le verás la cara, es la madre de Antonio.

—jajaja. Como se entere Antonio, sabes seguro, que él también ira a por la tuya, aunque la tenga que violar.

Ya no me divierte el juego. Permanezco quieto encima de la imaginaria línea, para no volver a ninguno de los lados. He constatado que mi imaginación y yo estamos a años luz de todo, pero también que la distancia entre esos dos imaginarios lados es todavía mayor.

 
 
 

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